El otro Lado de Jacinto Lara

 
“Todo lo que es incomprensible no por ello deja de ser”
(Blaise Pascal)
 
De entre la pluralidad de perspectivas transculturales que nos lanza la industria de producción artística, Jacinto Lara ha optado por la vía más efectiva, a la vez que utópica. Aquella que, como Fredric Jameson, defiende lo cultural en tanto “vehículo o medio por el cual se negocia la relación entre los grupos” pero que se proyecta como materialización de una experiencia individual.
 
De este modo, la producción de Lara funciona, en tanto administrador de esa parcialidad de lo subjetivo, como remedio indoloro para estigmas de lo multicultural como el sectarismo y el ahínco reivindicativo de la producción artística, mal llamada, “de las minorías”. Así como para huir de lo que Remo Bodei califica como la “terquedad de quedar fijados a una identidad propia, entendida de manera fetichista”, es decir, de esa sustancia estereotípica que impregna la visión idealizada que una cultura tiene de sí misma.
 
Frente a estas posturas desintegradoras a cuya sombra emerge un infinito archipiélago de islas incomunicadas, de colectivos voluntariamente desplazados, Jacinto Lara apuesta por una experiencia estética y vital de articulación y circulación. En ella, los pensamientos y experiencias aprendidos de las culturas orientales y mesoamericanas ni son reducidos a un antiséptico esencialismo, ni sometidos a jerarquizaciones neo-colonialistas. Su obra funciona, más bien, como territorio de articulación que alumbra lo inapropiado de concebir como entidades antagónicas aquellos elementos con los que trabaja.
 
La articulación, en su pintura, se remonta casi al origen biológico del concepto, a la exigencia de establecer mecanismos relacionales, flexibles, que anulen las dicotomías tradicionalmente asignadas a los bloques de lo gestual y lo geométrico como lenguajes polarizados de la expresión plástica. La flexión de estos bloques despunta ya en la elección del formato (díptico) del soporte, a través de la que se genera una suerte de unidad fragmentaria que sirve como campo de batalla para un proceso plástico que aspira a este mismo objetivo: quebrar las atalayas, desdibujar las fronteras entre cuerpos aparentemente irreconciliables.
 
Como consecuencia de ello la dualidad del soporte se trasvasa a la composición. De este modo, sobre gradaciones de un registro cromático dominante en cada obra, Jacinto Lara articula una pintura que subraya su propia componibilidad, que se construye sobre la ordenación de formas autónomas: figuras geométricas y campos de color, a las que, puntualmente, se superponen huellas de un trazo gestual, menos acotado.
 
Estas figuras geométricas, vinculadas con las formas imposibles realizadas por Escher y a las que el artista ha recurrido a lo largo de su trayectoria reciente, incorporándolas en pinturas como “Tribar”(1996), adquieren en las esculturas de pared que ahora presenta un protagonismo exclusivo. En ellas el espectro referencial que se pone en juego se implementa, además, con una deriva hacia posturas cercanas al post-minimal que convergen en el poso común de la filosofía Zen.
 
De nuevo el principio de articulación sobreviene en forma de esculturas que nacen de una síntesis transfronteriza de pensamiento. Obras capaces de construir lo escultórico a partir de la ausencia de profundidad física y simbólica pero que amplifican intensamente su condición de estructuras paradójicas. Formas imposibles, en definitiva; trazos que, como los “Kôans” de los maestros zen, eluden lo unívoco albergando simultáneamente su afirmación y su negación.
 
Finalmente, los “Haikus” son el más significativo corolario de estas intuiciones vertidas sobre la obra reciente de Jacinto Lara. En ellos la estrategia aditiva de composición roza el procedimiento de la parataxis, la explicitación del carácter independiente de cada uno de los elementos, que refuerza un sentido del volumen como construcción, cercano además a lo arquitectónico, con el que se ratifica la continuada inclinación del artista hacia la convergencia de polaridades culturales.
 
No es casual, en este sentido, hacer alusión a la verticalidad de las piezas, al sentido ascendente que parece ordenar su estructura pero que, al contrario de la metáfora babélica a la que parcialmente aluden, no garantizan una culminación exitosa. Más bien se reiteran en la condición transitiva de la experiencia, en la vindicación de la deriva. Pues son atalayas coronadas nuevamente por la negación y la contradicción. Rematadas por estancias cerradas, inaccesibles, las esculturas de Jacinto Lara funcionan como mecanismos fluidos que describen un entorno paradójico; construcciones inciertas descritas desde el otro lado.        
 
 

Oscar Fernández López

               
 
 
 
 

CULTURA el Día de Córdoba
25/3/2003
Arte por Jesús Alcaide

 

EL silencio del otro lado

 
EL OTRO LADO
Jacinto Lara.
 
Sobre la ocultación, el silencio, lo invisible ha estado trabajando Jacinto Lara (Fernán Núñez, Córdoba, 1953) desde hace casi dos décadas. Invocando a sus mitos y fantasmas, desvelándonos sus querencias artísticas de ascendencia geométrica, inquiriéndonos a preguntas con un trabajo que en esta última etapa está adquiriendo altas dosis reflexivas, las últimas obras de Jacinto Lara al igual que los haikus que los incitaron condensan en la mínima expresión el mayor número de silencios. Cuando los bombardeos cesan dicen que en Bagdad el silencio es aterrador. Podemos gritar, pero como en el cuento de Mishima, cuando las bombas dejen de caer "apenas quedará un ruido, más bien un silencio ensordecedor".
 
El otro lado es el título escogido por Jacinto Lara para presentar su última exposición en la galería sevillana Cavecanem. El otro lado, el reverso, lo que está aparentemente oculto en el cuadro, el espacio de Alicia, lo que los Koans, estructuras paradójicas de la enseñanza zen, nos incitan a buscar, y que quizás ya hemos encontrado. El silencio.
 
Continuación lógica de las pinturas y esculturas que hace un año presentara en la Galería Carmen del Campo, en los haikus de Jacinto Lara se siguen concitando las batallas de la geometría con la pulsión gestual de la figura, una geometría que ya no es fría y cortante, a pesar de los vidrios y el plomo, como lo fueron muchas de las vanguardias, sino tibiamente aterciopelada. En sus pinturas, Jacinto continúa como diría el zen, en el camino.
 
Pero como ya ocurriera en la pasada exposición en nuestra ciudad, es su vertiente más espacial o escultórica, que no es más que un desbordamiento de la ilusoriedad tridimensional del cuadro hacia ese "otro lado" nunca nombrado, la que más elogios recibe por concitar en unas estructuras de hierro, plomo, vidrio, y en algunos casos fuego y agua, aquello a lo que nos remite el tercer principio zen del budismo, el del Shibumi. Solapamientos y transparencias, ocultaciones y en esos tres inmensos Koans batallones de preguntas inquiriendo al espectador e invitándole, como en la canción de Family de semejante título que la exposición, a "cerrar bien su pequeño mundo". Pequeños mundos, fronteras invisibles, paisajes sentimentales. Procura viajar al otro lado.
 
 
 
 
 
 
 

JACINTO LARA (GALERIA CAVECANEM, SEVILLA)
 
Revista LAPIZ Nº 194, junio 2003.

 

Ángel L. Pérez Villén

 

Hay personas a las que les resulta difícil disociar la cualidad artística del conjunto de sus singularidades como individuo, hay artistas que entienden su vocación como un oficio, hay creadores que juegan a ser artistas y hay artistas que crean permanentemente, cuando trabajan, conversan, se cuestionan, pasean, hacen el amor e incluso duermen. Para estos últimos –y muchas veces a su pesar- el compromiso del arte va más allá de su voluntad y se convierte en una suerte de sacerdocio que se ejerce aún cuando se rompen los votos. De formación autodidacta, Jacinto Lara, que pertenece a este tipo de artistas, forma parte de la generación de artistas andaluces que se da a conocer en los años 80. Aunque su trayectoria se inicia en la década anterior, es a partir de aquellos años cuando su trabajo comienza a adquirir carta de naturaleza, a experimentar con materiales y soportes, a tantear disciplinas diversas –pintura, escultura, grabado, dibujo, diseño, escenografía- y a madurar en la sucesión de las distintas series que jalonan su currículo: Saltos, Depredadores, El ring, Ícaro, Mitos y fantasmas, De la desaparición de los héroes y Del vacío a la nada.
Desde los primeros trabajos hay un vector fundamental en la obra de Lara. La tendencia a orillar el borde, a rebasar los límites y traspasar la membrana que separa lo distinto para integrarlo como propio. Esta propensión a definirse por sedimento y contraste, que acompaña buena parte de su producción, es la causante de los sesgos y solapamientos que operan en su metodología disciplinar así como la estrella que marca el rumbo de sus amores confesados, la pauta que se desdice en cada nueva experiencia. Lo decisivo consiste en resistir, la importancia radica en la constancia, el secreto está en permanecer alerta y arrimarse, saltar sin miedo y sin red, librar el combate diario sin renunciar a la utopía, también sentirse mercenario para recuperar la valentía con la que enfrentarse a uno mismo sin la máscara protectora de la cultura, desoír los cantos de sirena y proclamar la orfandad como terapia. A todo este proceso se adhiere, como no podía ser de otra manera en su caso, el perfil que describe la sintonía de sus vivencias, la búsqueda de lo singular de cada civilización y los puntos de sutura que hilvanan la herida causada a la naturaleza por la cultura.
Sin renunciar a significar –no se trata sólo de hacer explícitas las coincidencias y pleitesías entre la fenomenología y la mitología, la ciencia y la religión, el empirismo y la intuición, sino también de iluminar la valencia del residuo, de focalizar la importancia del pliegue, de resaltar la necesidad de la fisura– la obra de Jacinto Lara describe un proceso de abstracción que le permite desembarazarse tanto de la anécdota narrativa como de la arrogancia plástica. Prefiere la austeridad formal y la contención expresiva que la celebración del exceso; sin embargo su obra aún siente predilección por el sincretismo de orillar culturas tan dispares como la africana y la japonesa, la europea y la mesoamericana, por mestizar en un mismo crisol los ingredientes del mundo occidental y oriental, por solapar vivencias y creencias. Esto es especialmente palpable en su pintura, donde se dan cita sin previo aviso la abstracción geométrica, la iconografía simbólica de las culturas citadas, la pintura de campos de color, la sintaxis alegórica y la articulación del discurso mediante la secuencia fragmentaria de la serie. Las reunidas en esta última entrega de su trabajo bajo el título El otro lado incrementan la ascendencia geométrica al representar figuras imposibles que tomaran cuerpo en las esculturas.
Estas se pueden agrupar en torno a dos bloques: uno que culmina el proceso de abstracción emprendido en series precedentes y otro que se caracteriza por abrir una nueva vía en la recepción de su obra. Respecto a este último –denominado Haiku- hay que destacar la monumentalidad inherente a las piezas por más que éstas no rebasen el formato medio, así como el sincretismo que las nimba, ya que en ella residen la sutileza del imaginario poético oriental, la memoria culta de la tradición mediterránea, la celebración del tótem como habitáculo del iniciado y la comunión de los materiales empleados : plomo, vidrio, pigmento, agua, fuego, aceite... La serie Koan transita en otra dirección, que es la que acontece en buena parte de su obra anterior, además abandona la localización de suelo para encaramarse en la pared como si de una pintura se tratase, mejor dicho, como un dibujo conciso que diseña el perfil de una figura imposible que nos brinda el acceso a ese otro lado (virtual) que reside tras las apariencias de la realidad.
 

 

 

ABC. Lunes 5/5/2003
AGENDA CULTURAL ARTE 7
“Cuando creo una obra trato de engañarte siempre”
Jacinto Lara reúne escultura y pintura en la muestra “El otro lado”, en la Galería Cavecanem

 

 

LAURA FAJARDO
SEVILLA.

«Todos hablamos de él, pero en realidad nadie sabe con certeza en qué consiste» afirma Jacinto Lara acerca de «El otro lado», la perspectiva oculta que asume tener todo individuo, a pesar de desconocer en concreto cuál es su dimensión o qué elementos la conforman. El artista cordobés ha escogido este título para dar nombre a la exposición de sus obras, que acoge la Galería Cavecanem (C/ San José, 10) hasta el próximo día 24 de mayo. Una muestra en la que Jacinto Lara presenta un total de quince piezas, cinco acrílicos y diez esculturas, y en las cuáles el artista desafía a los mecanismos de la percepción creando la ilusión en el espectador de encontrarse ante una obra que espera entrar en diálogo con su sensibilidad de una forma íntima.

Enfrascado en el trabajo dentro del estudio, el creador tiene la capacidad para formular un mensaje artístico y la templanza suficiente como para atender e incluso someterse a la voluntad de la obra emergente. En ese diálogo que se establece entre ambos, cada parte asume el compromiso de hacer congeniar los intereses de sendos lados, un proceso que se desarrolla en el modo que explica el propio Jacinto Lara. «La idea surge de una forma muy clara y empiezo a trabajar con ella partiendo del boceto. Lo que ocurre es que ese planteamiento inicial pronto va cambiando y me va pidiendo cómo tengo que plasmarlo, si tengo que trasladar esa idea a un cuadro o realizar una escultura. Cuando creo, trato de engañarte siempre, en la medida en la que consigo superar los límites que impone el espacio o la percepción».

 

En el tránsito hacia lo público que experimenta la obra al salir del estudio entran en juego otros condicionantes que terminan por definir el carácter de la creación como pieza acabada. A partir de ese momento el artista se desembaraza inevitablemente de ella y le concede la libertad plena, según asegura Jacinto Lara. «Para mí exponer y vender mi obra son, actos que están totalmente desligados del proceso que me interesa, el de crear, pero entiendo que es necesario sacarla del estudio para poder compartirla con alguien. Una vez fuera, un cuadro o una escultura no responden a ninguna explicación».

En «El otro lado» al igual que en cada exposición que realiza, Jacinto Lara se implica y se compromete con ofrecer al público una experiencia estética cuidada al detalle. Un profundo interés por compartir unas creaciones que, al ver la luz, han dejado de pertenecerle en exclusividad, y que cobran una nueva dimensión. «Soy muy critico conmigo mismo cuando expongo, porque montar una exposición no consiste únicamente en colgar un conjunto de obras. Trabajo con series, y éstas no están concebidas sólo para poner una pieza al lado de la otra, por ello el espacio es fundamental, porque entra a formar parte de la exposición. Todo lo que muestro, de la forma en que lo hago, o el sentido de la ocultación que a veces empleo, me sirven para desarrollar el juego con la persona que entra a mirar».