EL DIALOGO RECOBRADO CON EL ARTE
Federico Castro Morales.
Al menos en las últimas tres décadas hemos creído que la única singladura que conducía hacia la vanguardia tenía su inicio en el acto de ruptura, de renuncia a la historia y a todo el bagaje que ésta comporta. El viaje hacia la modernidad se debía emprender -también concluir- con escasos pertrechos. Se magnificaba el nihilismo y el poder prometéico de una tendencia que luchaba por definir vías de expresión inéditas y premeditadamente fugaces, ya que evitaba codificar un lenguaje y convertirse en escuela. Entonces se caracterizó a la vanguardia por un espíritu de rompimiento, de búsqueda, pero también de antidogmatismo.
Esta creencia, que sigue viva cuando valoramos la obra de nuestros coetáneos, es deudora del afán mitificador que define a nuestra sensibilidad novecentista. Hemos presenciado momentos de esplendor y oscuridad en la evolución de la plástica contemporánea y elaborado ritmos pendulares para registrar oscilaciones abstracto-figurativas. Quizá la más próxima a nuestro panorama sea la frecuencia informalismo-neofigurativismo o el retorno a la práctica figurativa propuesta por la transvanguardia.
Esta última opción ha generado una sensibilidad nueva hacia el pasado, que si bien ha podido conducir hacia un formalismo historicista -en el caso de la arquitectura esta realidad es notable- también ha permitido que los artistas plásticos se sitúen en una posición investigadora de alternativas no ensayadas por las escuelas de vanguardia.
Hoy vanguardia no solamente significa ruptura y antidogmatismo, sino también investigación, es decir, rescate de vías apenas intuidas, levemente exploradas. Una de las líneas más interesantes de estas indagaciones se orienta hacia la experimentación sobre nuevas posibilidades significativas de lenguajes plásticos.
No es otra la labor que han emprendido Jacinto Lara y Juan Zafra al aunar sus esfuerzos pictórico y escultórico en un mismo acto de búsqueda de la complicidad del visitante: la exposición conjunta de su producción plástica. Siguiendo una tradición ya habitual en ellos, demuestran que discursos aparentemente distantes pueden coexistir en un mismo espacio escénico, y que la voluntad de ruptura y deseo de comunicar que les ha aproximado en otras ocasiones pueden quedar subrayados por la música de Juan de Dios García más que por la lúcida reflexión del ensayista.
La obra de estos autores crea una atmósfera envolvente que abarca el entorno vital de las formas y el campo de la visión. De este modo implican al espectador en el desdibujamiento de los límites de la pieza escultórica y de la superficie de la pintura y ambos consuman el sueño del artista del tiempo reciente. Este, antes de romper con el pasado y la historia, de provocar una fractura en las costumbres, prefiere compartir con el público la emoción del acto creador.
En el panorama artístico de finales de los cuarenta y durante los cincuenta Mark Rothko y Josef Albers investigan sobre las posibilidades comunicativas del color y sobre el vinculo que se establece al visualizar la obra pictórica. Uno lo hace desde la vía expresionista, otro desde la racional, pero unidos en la investigación sobre las posibilidades expresivas del mensaje no figurativo. Desde métodos diferentes establecieron un nexo inquietante con el espectador.
Jacinto Lara revitaliza hoy una de las líneas más fecundas de la escuela abstracta americana de posguerra, cuyo avance interrumpió el suicidio de Rothko. Lara investiga también sobre la capacidad gestual del cromatismo, incluyendo elementos figurativos que incitan al receptor a meditaciones espaciales a partir de campos de color y figuras superpuestas. Esta incorporación no es gratuita, ni le aleja de las metas que perseguía Rothko, pues, como él, busca la eliminación de todo obstáculo entre el pintor y la idea, entre la idea y el observador.
En el ámbito estadounidense la investigación sobre los efectos emocionantes del color se interpretó como la búsqueda de unas ilusiones que la crítica ha calificado en ocasiones de atmosféricas. Frente a este sentido ambiguo, las esculturas de Juan Zafra producen un electo realmente atmosférico.
El diálogo que se establece entre la obra de Zafra y el espectador implica la creación de un espacio emotivo, tan intenso como el que provoca la interactividad del color en la pintura de Lara, aunque en esta ocasión son las formas las que definen el ámbito de este diálogo que sólo puede entablar el artista que conoce la evolución de la escultura moderna y es capaz de ofrecer la síntesis de toda una tradición.
No debemos buscar los ancestros remotos de estas piezas, porque podríamos llegar a aquel estadio primigenio del arte en el que el hombre hizo una abstracción del entorno para descubrir que el espacio que creía abarcar era tan inquietante como el vacío que le rodeaba. Juan Zafra sabe que el verdadero significado de la escultura se inicia en el contorno último de las formas, que la comunicación se establece en esa atmósfera que resulta de la ruptura del espacio.
Observando las obras de Juan Zafra y Jacinto Lara nos sentimos ante dos lenguajes rotundos y personales, sintetizadores de diversas tradiciones vanguardistas, ante dos lenguajes que permitirían restablecer el diálogo con el arte.
Diciembre 1992
Actualidad de los Pintores Andaluces
Jacinto Lara y la pintura de patentización de estructuras repetitivas
José María Palencia Cerezo
Cuenta Jacinto Lara Hidalgo (Fernán Núñez, 1953) entre los pocos artistas cordobeses que en los últimos tiempos han llegada a concretizar una poética ligada a una de las líneas más trascendentes del arte de nuestro siglo, cuya originalidad, aun cuando vinculada al campo de las llamadas estructuras repetitivas, comienza a ser reconocida internacionalmente.
Sabido es que la teorización las denominadas estructuras repetitivas en el campo de las artes plásticas hunde sus raíces en las concepciones clásicas de la obra de arte como organismo, alcanzando su momento más álgido con los llamados formalistas de fines del siglo pasado, de Wölfflin a Friedíer, y con los defensores de la llamada -ciencia del arte- del primer tercio del nuestro, de Hans Seddmary a Pierre Fran-castel. A partir de sus respectivos posicionamientos pueden considerarse abiertas las dos posibles vías de especulación acerca de las mismas, las cuales, según Simón Marchan, podrían ser una más amplia y organicista dentro de la cual se moverían las vanguardias históricas, y otra más estricta y concreta auspiciada por los posteriores debates acerca de la lingüística y la filosofía del estructuralismo. Tanto en una como en otra aparecerá perfectamente determinada lo que Marchan denomina a nivel abstracto figura de la identidad.
En líneas generales puede decirse que las estructuras de repetición son la viva ejemplificación de un acontecimiento decisivo en nuestro siglo cual es el del retorno del lenguaje en la acepción más pura de Foucault, o lo que es lo mismo, del repliegue del arte sobre si mismo, sobre sus propias estructuras inmanentes. Recuérdese la importancia que ello ha tenido en los movimientos artísticos primero del Pop Art y posteriormente del Minimalismo.
En Jacinto Lara, este posicionamiento -que es su radicalización actual coincide con los finales de la década de los ochenta- no nace como por arte de magia, sino que de alguna manera supone la culminación de algunos de los planteamientos que venían acompañando su propuesta del llamado Incomunirealismo, cuyos productos pudieron verse en sendas exposiciones realizadas en 1983 en la galería cordobesa Studio-52 y en la sala municipal del Ayuntamiento de Fuengirola (Málaga).
Pero si en sus obras incomunirealistas, la serialización se daba de manera primaria como factor de compartimentación espacio temporal al servicio de diversos componentes ideológicos y simbólicos todavía muy conectados con lo social, en sus últimos cuadros alcanza un desarrollo más profuso y elaborado, convirtiéndose en elemento determinante de un arte más aséptico ideológicamente hablando, que patentizará una serie de gradaciones oscilantes entre la intuición y la absorción de las mismas por lo materializable.
El primer intento singular de esta nueva etapa de su propuesta quedaría materializada en su serie denominada de los Saltos, donde tras unas estructuras repetitivas de calidad casi monócroma aparecían una serie de figuras a manera de saltadores de trampolín que desarrollaban sus líneas siluetales entre los diversos espacios seriados de la composición. Por sus tonalidades, -casi siempre azuladas- recordaba a primera vista a Hockney, y por su cromía suprematista -generalmente tres o cuatro planos casi monocromos interactivándose- especialmente a Mark Rothko. Pero más allá de Rothko y Hockney en ella estaba también Albers y la teoría de la interacción del color, algunos de los principios de la psicología de la gésthalt traspolados al campo de lo artístico, y sobre todo, aquella vía abierta en nuestro siglo por Paul Klee o campo de las estructuras repetitivas que el mismo denominaba la forma individual, la cual tenía que ver con la organización plástica basada en la repetición de idénticos elementos o configuraciones formales en la misma medida y peso dentro de las diversas partes singulares.
Su serie más reciente, que Lara ha denominado de Icaro, está formada por un conjunto de diez pinturas -a su vez compuestas de dos o más partes que pueden individualizarse según los casos, pudiendo ser colocadas indistintamente según el espacio expositivo al que tengan que adaptarse -caracterizadas respecto a la anterior por dos elementos singulares. Por un lado lo que podríamos denominar el retorno del lenguaje a su obra, ya que en esta decena de lienzos las letras de la palabra Icaro constituyen un elemento determinante con el que el artista juega a la hora de moverse en la configuración del espacio plástico, aumentando así el recurso del significante flotante. Y por otro, el recurso a la mitología mediante la plasmación de la figura del famoso hijo de Dédalo caído del cielo por atreverse a robar el fuego de los dioses, con lo que su lectura primaria cobra a primera vista nuevos valores de significación.
Dicha serie, que coincide en el tiempo con la realización de un conjunto de esculturas modulares en acero por parte del artista, será exhibida próximamente en la Universidad de Málaga y en la colectiva del Grupo Gronningen en Copenhagen Dinamarca).
Cuadernos del Sur/VI
Córdoba jueves 4 de marzo de 1993
Guerreros geométricos de Jacinto Lara
Federico Castro Morales
Desde «Figura y entorno», muestra celebrada en el Centro de iniciativas Juveniles de Córdoba y en la Tutesall de Luxemburgo en 1990 y de la participación en la exposición «Córdoba Ante contemporáneo 1957-1990», en enero de 1992, Jacinto Lara no había expuesto su obra en salas nacionales o internacionales.
Durante estos meses el artista ha trabajado intensamente, desarrollando las posibilidades de las «series», conjunto de obras con un hilo conductor temático y compositivo. La más próxima en el tiempo, «Guerreros geométricos», se ha mostrado en Dinamarca, en la exposición anual de Gronningen. Este grupo, que en la actualidad preside Finn Mickelborg, ha dado sentido a la actividad artística contemporánea en Dinamarca desde 1915.
Anualmente celebran una muestra del quehacer de los integrantes del grupo. En esa exposición invitan a dos artistas extranjeros que residan en el mismo país que alguno de los componentes del grupo. Finn Mickelborg y otros miembros del grupo visitaron a Arne Haugen Sorensen, que vive en Frigiliana, en la provincia de Málaga en el pasado verano. Se preparó una pequeña muestra privada con obra de artistas andaluces y luego visitaron a aquellos artistas que más interesó a Gronningen.
Este año han sido invitados Eugenio Chicano y Jacinto Lara. La critica danesa ha considerado la aportación de ambos una dosis de aire fresco dentro del panorama que se presentaba en Charlottenborg, la sede de Gronningen.
Pocos días después del regreso de Dinamarca, Jacinto Lara ha inaugurado en la Sala de Exposiciones de la Universidad de Málaga, en la plaza de la Merced, una exposición individual, bajo el título «Depredadores».
Hasta el otoño no tiene previsto exponer Jacinto Lara en Córdoba.
Lo hará en la Sala de Exposiciones de la Casa de la Cultura de Palma del Río y en la Sala Viana de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba. Entonces tendremos ocasión de ver las obras que componen la serie «Depredadores» e «Icaros», en la que trabaja actualmente.
Guerreros geométricos
Jacinto Lara busca en la plástica respuestas a problemas de creación artística y de la vida misma. En las diversas etapas emprendidas, su lenguaje expresivo ha experimentado una continuada renovación; sin embargo, reconocemos una intención constante que le ha llevado a investigar sobre la esencia misma del arte y la vida, entroncando con esa rica tradición de Oriente y Occidente que ha buscado una explicación al problema existencial de los orígenes.
Al analizar esta tendencia, observamos la inquietud del individuo sensible al percibir el entorno como una realidad infinita. Esa inquietud difiere poco de la que ha suscitado la intuición de una dimensión suprahumana en el funcionamiento del Cosmos.
Esta proximidad conceptual justifica que el artista haya intentado resolver esta tensión espiritual traduciendo el problema a términos espaciales, definiendo un microcosmos más abarcable, acotando el espacio visual, movido por el afán de crear segmentos y delimitar territorios de un todo que es continuo, inabarcable, ininterrumpido, aunque el riesgo de esta aventura fuera la artificialidad.
Jacinto Lara en su obra de los ochenta y los noventa delimita zonas espaciales, creando un ámbito aparentemente neutro sobre el que aborda los problemas internos de la superficie pictórica.
El cuadro se convierte así en el escenario ideal en el que el artista investiga las relaciones que se producen entre realidades figurativas y abstractas, entre las diversas capas de color, entre las superficies de color y la línea.
La figura, un grueso contorno plano, no se logra mediante la superposición de la línea a la superficie pictórica. Es más bien el vacio resultante de la ausencia de pintura: el fondo que emerge entre las diversas capas de pigmentos.
Las figuras humanas de Jacinto Lara definen la esencia misma del individuo en su soledad existencial y nos remiten al dilema entre la figura y el entorno. Este tema ha sido abordado en sus «Saltadores» e «Icaros», series pictóricas en las que ha ido reduciendo la anécdota cotidiana hasta su completa extinción.
Ambas tienen en común con la actual serie de «Guerreros geométricos” el establecimiento de estructuras ortogonales que interactuan a través de los campos de color. Pero ahora, este ámbito, regado por la complejidad de las relaciones geométricas, es el escenario del equilibrio imposible de tensiones entre figuras que se enfrentan y complementan, sugiriendo la inquietud atemporal del individuo por crear un orden imposible.
Los guerreros son participes de las mismas tensiones que reconocemos en el espacio ortogonal del fondo.
Las formas figurativas y geométricas generan líneas de fuerza que se proyectan más allá de los limites cartesianos del espacio pictórico y nos obligan a participar del entorno circundante. No estamos ante el conflicto entre dos realidades plásticas aparentemente yuxtapuestas -el fondo abstracto y la figura esquemática-. El artista nos sitúa ante esa gran duda existencial que ni el propio Icaro pudo intuir porque en su vuelo se interpuso el descenso, la caída.
Es ámbito constituye un espacio extrapictórico, una realidad virtual, o una evidencia inquietante. Puede traducirse como incógnita existencial, como verdad imposible de desvelar para muchos; sin embargo, Jacinto Lara convive con ella, la intuye desde su profundidad creativa y vital.