Un texto sin excusas


Proyecto expositivo a realizar en dos sedes:
Galería Arte 21 en Córdoba, octubre/noviembre 2007. 
Museo de Vázquez Díaz en Nerva, 2007.
“Aquello que es del dominio de la imagen es irreductible por la razón y debe permanecer en la imagen sopena de aniquilarse. Hay, no obstante, una razón en las imágenes; hay imágenes más claras en el mundo de la vitalidad imaginada.
En el bullicio inmediato de la mente hay una inserción multiforme y brillante de bestias. Esa polvareda insensible y pensante se ordena según leyes que saca de su propio interior, al margen de la razón clara y de la conciencia o razón traspasada”.
                Antonin Artaud. Carta a la vidente.
Las piezas a exponer son pinturas sobre lienzo y esculturas de hierro realizadas durante los años 2005 a 2007. La denominación de la muestra, La sombra del color, surge de una idea central: la sombra en el Sur es negra, oscura, tenebrosa y, sin embargo y al tiempo, es la única manera de sobrevivir ante un sol intenso y una luz profunda, y es en su regazo donde reflexionamos sobre nuestras supervivencias. Es, por tanto, un ámbito de meditación existencial. 
Como proyecto expositivo nace después de las diez o quince primeras obras, cuando comienza a perfilarse una visión clara de conjunto, cuando aflora el verdadero trabajo: hacer que las piezas —léase ya una serie crítica de ellas— tengan una continuidad narrativa al tiempo que una evidente unidad conceptual, que encajen, se relacionen y crezcan, que sean parte significativa y conformadora de un lenguaje plástico emergente, que afloren con la suficiente claridad como para ser contempladas con nitidez.
Exponer es exponerse, por lo que hago míos aquellos versos de Antonio Machado donde éste maestro del claroscuro existencial nos aclara:
                          “y al cabo nada os debo
                          debéisme cuanto he escrito”
Camino con plena conciencia de que un proyecto expositivo es algo más que una serie de obras colocadas unas junto a otras; tal vez por ello trato de que el código se muestre lo mas explícito y completo posible y de que sean cada uno de los espacios los que determinen en qué forma aquellas, las obras, han de ser mostradas.
Las piezas, la mirada que suscitan, nada tienen que ver con una descripción del concepto de ventana. Al contrario, son ámbitos de infinitud que crecen al amparo de formas geométricas más o menos definidas, espacios plásticos que surgen de una trama superpuesta de sucesivas capas que hacen que el cuadro incite a ser tocado, palpado. La manera de trabajar en diversos estratos ayuda y permite, al contemplar la obra en su totalidad, en la superposición, percibir ese otro lado oculto, casi invisible, del trabajo integral de la pintura.
Me interesa sobre todo ver cómo la obra crece, se desarrolla y se muestra, cómo se va desvelando su interioridad. Me interesa tanto el proceso plástico como el propio ensamblaje del conjunto, sin que ello vaya en detrimento de la individualidad de cada obra. Cada una de las piezas de este proyecto lleva en sí misma la voluntad de transmitir la idea del otro lado o, cuando menos y en el mejor de los casos, la intención de sugerirlo o señalarlo. Conceptualmente hablando, el proyecto está basado en la idea de puertas que conducen a ninguna parte —puertas como metáfora del otro lado, del lado de lo otro, de los otros— ámbitos que compartimentalizan, solapan y ocultan, que dejan traslucir selectivamente, controlando el flujo, la transición, de un cosmos a otro, de un país hacia otro, de un ser humano a su semejante o divergente. 
Desde el punto de vista de la reflexión existencial, la globalización contemporánea debería erradicar precisamente esa compartimentalización, los seres humanos en este proceso deberíamos ser capaces de contemplar umbrales y no puertas, abrir el paso en lugar de cerrarlo, ampliar nuestras conciencias en vez de reducirlas. 
En la campiña andaluza la mirada se pierde en un mar de dunas en calma, ora verde, ora ocre y —con una mirada primordial, aunque no tan antigua— de un negro físico e intenso tras la quema de los rastrojos. Continua y cadente, a esa mirada activa y cultivada no la ciegan puertas, nada la achica, se engrandece con la contemplación, pero el ser humano siempre acaba poniéndole medidas, vallas, tapias y alambradas puertas que al fin y al cabo, desde el punto de vista de la creación plástica o de la experiencia meramente visual, sugieren e incluso nos señalan la incomunicación, una forma de ver el mundo a través del color negro: negro de noche, negro de guerra y contaminación, de viña y humo, negro, al fin, del olvido más allá de lo materialmente negro. Aunque también se trate de esa extensa escala de tonos intermedios sólo susceptible de ser generada mediante una paleta restringida a un solo color, o a dos a lo sumo.
Las pinturas están realizadas con pigmentos y resinas acrílicas sobre lienzo, en capas sucesivas que dejan ver a través de la acumulación de estratos, de las sucesivas epidermis, lo amanuense del ejercicio de la pintura, lo táctil, los incesantes y recurrentes roces que conforman su materialidad,  algunos de ellos contorneados en ángulos de hierro.
Las esculturas están realizadas con hierro forjado unas, y las otras aplicando técnicas de corte con láser sobre planchas de acero al carbono, resultando una suerte de altorrelieves de pared que abundan e insisten en la sugerencia del otro lado, de otros ámbitos y espacios que no son, en principio, evidentes, ni tan siquiera visibles.
Adjunto algunas imágenes de las obras que conforman este proyecto con la intención de que sirvan para ejemplificar de qué se trata, aunque soy muy consciente de que la reproducción de una obra pictórica o escultórica nunca dejará de ser la representación de una representación, el eco de una huella, ya que ambos lenguajes están concebidos para ser vistos en su corporeidad y exhalar sus cualidades o defectos sin necesidad de ser descritos ni traducidos a algún otro lenguaje.




Jacinto Lara 


Córdoba,  junio de 2007


 


Las puertas de la memoria


              
“ En el fondo del azul está el amarillo,”“
”“ y en el fondo del amarillo, el negro,”“
”“ el negro que se levanta y mira, que”“
”“ no podemos derribar como se”“
”“ derriba a un hombre”“
”“con puñetazos. ”                                                                                                                               
Guillevic.


Si bien la crítica del arte intenta siempre justificarse con datos elegidos por su máxima objetividad (historia del arte, componentes económicos y sociales, avatares políticos fechados y documentados, variabilidad de la incidencia de la moda en los distintos grupos generacionales, irrupción de nuevas tecnologías, etc.), muchas veces se arriesga a manejar argumentos de dudosa fiabilidad que le llevan a tomar posiciones difícilmente defendibles ante la incredulidad del profano. De ahí su progresivo alejamiento de la ciencia psicoanalítica, cuya deriva introspectiva ha llevado a más de uno a empantanarse en teorías que utilizan la subjetividad como principal argumento. Es difícil negar a Jacques Lacan una cierta prestancia de mago cuando afirma que en cualquier cuadro pintado se esconde el objeto invisible del deseo de su autor (1), pero precisamente porque con este maestro del psicoanálisis -o con el filósofo Michel Foucault (2)- sabemos que las palabras son siempre traicioneras de la realidad, su teoría nos parece demasiada hermosa para ser totalmente cierta.
      Y sin embargo, ¿cómo podemos ignorar las incidencias de la vida personal del autor en la creación artística cuando se mira un cuadro o se lee un poema? ¿Acaso la latitud del lugar donde vive o los traumas sufridos en su infancia son sólo anécdotas  comparados con los datos de su formación académica? Nicolas Bourriaud hace bien en recalcar que el mundo de los valores empieza mucho antes que la exposición e incluso mucho antes que el objeto creado: Es imposible pintar o escribir sin introducir en la práctica de estas artes la sombra del cuerno de un toro, como dice Michel Leiris en su pequeño ensayo De la literatura entendida como una  tauromaquia. La vida cotidiana del autor constituye un dato de primera magnitud tan poco desdeñable como, para el matador de toros, la bestia a su salida del toril. Para que una obra pueda escaparse en parte a su condición de objeto y llegar a ser algo más que un mero elemento decorativo, ésta debe implicar toda la existencia de su autor (3), aunque la mayoría de las veces la experiencia resulte muy dolorosa.
Cuando Jacinto Lara nos dice que el título de su proyecto, La sombra del color, viene dado por la idea de que la sombra en el Sur es negra, oscura, tenebrosa, y que sin embargo, a su par es la única manera de sobrevivir ante un sol y una luz profunda y en su regazo se reflexiona sobre la manera de sobrevivir, debemos entender que intenta situarse con esta confidencia en un terreno mucho más subjetivo que objetivo y que, por tanto, su obra debe contemplarse no sólo en función de sus valores plásticos, sino también en función de las cornadas que ha recibido lidiando su vida de artista. Y si algunos cuadros de este proyecto llevan como título Puerta, es porque detrás de su pintura está el umbral que debemos franquear para pasar desde el conocimiento de algunas de sus experiencias vividas a la plena comprensión de su obra. Podría tratarse de una extensión de la función de apertura teorizada por Alberti, pero no al servicio de una ficción perspectiva como antaño, sino para colocarse en tanto que puertas únicamente en el dominio de la representación pura (el color hecho puerta) y del concepto (elementos de su vida que encontramos al franquear esta puerta del color).
Jano (puerta, en latín, y también barbacana) es el dios romano del comienzo, de las puertas, de las entradas y de los pasajes. Su representación en las artes lleva dos caras que miran en dirección opuesta: cuida de las dos dimensiones del tiempo, del pasado y del futuro, y también de los dos espacios que se comunican mediante la puerta (4). Representar puertas es sinónimo de proyección, tanto en el pasado como en el futuro y, como mediación entre el espacio interior y el exterior, en el psicoanálisis evoca la necesidad del ser de vivir fuera de las madrigueras del subconsciente. Encerrados en el ser, siempre tenemos la tentación de salir de él, pero apenas salidos siempre nos precipitamos a encerrarnos de nuevo en él (5). Los recuerdos y los sueños, he ahí la puerta por donde el ser puede salir de sí mismo y volver inmediatamente a él como por magia. Y franquear esta puerta, para Jacinto, siempre significa volver a la casa de su abuelo que cuidó de él cuando era niño, allá en el profundo sur de la península donde el sol del verano no conoce mejor reino.
Cuenta Jacinto: Mi abuelo vivía en el campo. Era una casa grande, un cortijo, pero hacíamos principalmente la vida en la primera habitación por la que se pasaba al venir del patio. Era una habitación multiuso, espaciosa, cocina y sala de estar a la vez, con una gran chimenea para cocinar y calentarse. Su peculiaridad más llamativa era que nunca se cerraba la puerta de la entrada, de día como de noche, invierno como verano. Del exterior nos venía la luz, pero también la puerta abierta nos permitía advertir quién se aproximaba desde lo más lejano del patio para visitarnos. Toda esta confesión oral está plasmada en su pintura, y mirar cada uno de sus cuadros es ver en una especie de geometría soñada cómo Jacinto evoca la casa de su abuelo, la casa donde vuelve a sus sueños y a la eternidad del pasado. Y si esta habitación con su puerta abierta es la metáfora de su ser, de su yo más profundo, del que entra y sale franqueando la puerta de sus sueños, también su pintura es el depósito secreto de los recuerdos de su infancia, aún vivos o ya olvidados.
Hans Carossa, citado por Bachelard (6), subraya que el hombre es la única criatura de la tierra con voluntad de mirar dentro del otro. La voluntad de mirar en el interior de las cosas hace que la vista se agudice. Descubrimos las hendiduras más finas, los orificios minúsculos que nos permiten robar el secreto de las cosas escondidas. Y a esto añade Bachelard: “a partir de esta voluntad de mirar dentro de las cosas, de ver lo que no se ve, lo que no debemos ver, se forman extraños sueños tensos”, sueños que no solamente son de Jacinto y moran en sus cuadros, sino que son sus propios cuadros los que a su vez nos hacen soñar: más allá del panorama tranquilo, la voluntad de mirar se junta con una imaginación inventiva que prevé una perspectiva escondida, una perspectiva de las tinieblas interiores de la materia (7). Ahora bien, si lo que otorga tanto valor a las imágenes materiales de la sustancia es esta voluntad de mirar dentro de cualquier cosa, en el caso de Jacinto, las imágenes son sus pinturas y la sustancia sus recuerdos.
La evocación de esta perspectiva escondida a propósito de los cuadros de Jacinto encuentra una excelente traducción metafórica con las obras elaboradas en hierro calibrado (Haiku-puerta oculta; Haiku-puerta rota; Haiku-puerta carro; Haiku-puerta chica; Haiku-puerta ocaso) o en acero al carbono (Haiku-puerta negra; Haiku-puerta cerca; Haiku-puerta lejos). Con esta suerte de relieves o esculturas de pared vemos proyectadas unas falsas perspectivas o, mejor dicho, incoherentes, a pesar de dar un aire de exactitud geométrica, que recuerdan la proyección en la pared de unas sombras de estructuras metálicas dotadas de tres dimensiones. Está claro que con estas obras de tipo formalista, Jacinto juega a oponer la razón que caracteriza la invención de la perspectiva con el espíritu arcaico propio de la Edad Media al que proclama vencedor, puesto que esta pretendida razón yerra siempre en su cálculo de las proporciones perspectivas. Las puertas así construidas se abren sobre el oscuro mundo de los sentimientos donde cualquier conocimiento de la intimidad de las cosas se traduce inmediatamente con un poema. 
Mirando sus cuadros al acrílico, es fácil imaginarnos el contraste de luz y sombra que aún pervive en el recuerdo de sus años mozos pasados en la casa de su abuelo. La pintura es el umbral no sólo donde se libra la batalla dialéctica entre la sombra del corazón de la casa y la luz del patio, también es el lugar donde los frágiles recuerdos peligran ante la oscura extensión del olvido. Puede que Jacinto tenga razón cuando afirma que la sombra en el sur es la única manera de sobrevivir ante un sol y una luz profunda, pero tanto una luz cegadora como la oscuridad más densa anulan el color en nuestros ojos y hacen que se vuelvan vanas las intenciones de la pintura. En esta ambivalencia de la luz y de la sombra se basan los cuadros pintados por Jacinto, sobre todo en la de la sombra, con esta omnipresencia del color negro que simbólicamente niega la pintura a la vez que la rescata, en todas sus variantes y en todos sus matices, como materialización del recuerdo ante las amenazas del olvido significado por el mismo color negro. El color negro, según Michel Leiris, lejos de ser  el del vacío y de la nada, es más bien la tinta activa que hace resaltar la sustancia profunda y, por tanto, oscura de todas las cosas. Bachelard expresa esta reflexión de otra manera. Dice así: el interior tiene tan evidentes funciones de tinieblas que debemos dar igual importancia a la revelación (mise à jour) como a la ocultación (mise à la nuit) para clasificar los sueños de intimidad (8).
En algunos cuadros de esta lucha de la luz con la sombra, la primera se disfraza con la presencia de un color que destella como una aguda nota musical surgida del fondo de la noche: azul en Puerta oriente, Traspuerta, Antepuerta, Puerta espera, Contrapuerta; amarillo en Puerta levante; matices de rojo en Puerta chica, Puerta cardenal y Puerta negra. En otros cuadros, el contraste se obtiene con una delicada intromisión de grises en el componente negro de la obra, simulando una especie de rayo luminoso filtrado por una puerta entreabierta (Puerta plata, Puerta alta, Puerta huida). En cualquier caso, excepto en obras como Contrapuerta, donde el color azul comparte el primer papel con el negro, o Puerta blanca que, lo indica su título, es un cuadro blanco, predomina ampliamente el color negro, o mejor, esa sombra del color que es el negro en los cuadros de Jacinto.
Esta manera de atribuir al color negro un valor de sombra es interesante porque nos permite conectar el proyecto pictórico de Jacinto con el mito de la invención de la pintura atribuida a la hija del alfarero Butades de Sición, en Corinto. Según Plinio, enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad, ésta tuvo la idea de fijar con líneas los contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una vela. Así pues, la primera función de la representación basada en la sombra es la de imagen para el recuerdo, es decir, para hacer presente lo ausente. El salto posible de la sombra bajo el sol a la sombra de la noche nos lo da Victor I. Stoichita en su estudio de la relación de la sombra con el tiempo: una sombra bajo el sol es la señal de un momento preciso y sólo de éste; la sombra nocturna, en cambio, escapa al orden natural del tiempo, y paraliza el flujo del devenir (9). Por tanto, en las pinturas de Jacinto, el color de la noche, el negro, que en este caso es la sombra del color, es el color de los recuerdos desvanecidos que escapan del orden natural del tiempo. Como el perfil dibujado del amante, la sombra del color hace alusión a la imagen utópica de substitución de los recuerdos del pasado, de lo que fue y que nunca volverá a ser: la infancia.
Pero, con sus cuadros de la sombra del color, Jacinto consigue realizar esta reflexión sobre el abandono del orden natural del tiempo por partida doble, pues no hay nada que traduzca mejor que cualquier obra pintada esta idea de paralización del tiempo, de un estado final cortado del flujo del devenir: el cuadro es una tumba, y más aún cuando esta tumba ha sido pintada casi en su totalidad con matices de negro, en la que el artista ha ido sepultando, capa tras capa, segundo tras segundo, la parte de su vida que se corresponde exactamente con el tiempo invertido en la elaboración de la obra. Esto debe recordarse muy bien a la hora de admirar la fina textura que consiguió dar a su sombra del color, elaborando una especie de transparencia oscura que otorga al negro una profundidad que parece hacernos retroceder hasta el principio de los tiempos. Comentando Las ninfeas de Monet, Ghéon, citado por Victor I. Stoichita, dice lo siguiente: aquí no hay pintura: es el agua misma, lo que en ella se refleja, y una emoción ante el agua (10). Esto también se podría decir de los cuadros de Jacinto, sustituyendo agua por sombra, por ese velo de la noche extendido sobre los múltiples conceptos del tiempo pasado que encierra su pintura, sin olvidar la emoción, cosa inevitable, y, por cierto, un tanto desgastada por las veces que se utiliza cuando no se tienen recursos más originales para analizar los cuadros.
Hablando de la emoción que nos comunican, también sería peligroso relacionar estas pinturas de la sombra con una mística propia de esa estrella que tanto deslumbra en la noche de la poesía española: San Juan de la Cruz. Sin embargo, cualquier evocación de la profundidad del negro se presta con mucha facilidad a la trascendencia de los efectos pictóricos que la han hecho posible. Por algo será que tradicionalmente la sombra proyectada tiene el inestimable valor de ser un sustituto del alma. Además del trabajo de superposición de capas coloreadas bajo las cuales nace el misterio, también llama la atención la manera de juntarse los distintos matices de negro y los colores con franjas difusas, fronteras que son tierras de nadie y que parecen hendiduras de continentes en la primera fase de su deriva, como en Puerta ausencia, Tras puerta, Antepuerta, Puerta cardenal, Puerta cerrada, Puerta huida, Puerta trasmano o en Puerta espera. En su Miroir de la tauromachie, Michel Leiris nos explica que igual que Dios -coincidencia de los contrarios, según Nicolas de Cusa (es decir: encrucijada, intersección de trazos, bifurcaciones de trayectorias, placa giratoria o terreno baldío donde se junta cualquier gente)- ha podido ser patafisicamente definido como punto tangencial del cero y del infinito, entre los innumerables hechos que constituyen nuestro universo, existen unas suertes de nudos o puntos críticos que podríamos representar geométricamente como lugares donde uno se siente tangencial con el mundo o con sí mismo (11).
De igual manera que la realidad se halla a medio camino entre la sombra y el sol (Platón), en estas franjas, en estas yuxtaposiciones de colores y matices de negro es donde se juntan tangencialmente el cero y el infinito de sus recuerdos. Si sabes poner fuera lo que está dentro y dentro lo que está fuera, dice un alquimista, entonces eres el maestro de la obra. 


Michel Hubert Lépicouché 


París, julio de 2007

                                        
 Notas.
(1) Jacques Lacan, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, col. Points  essais, Les Editions du Seuil, París, 1990.
(2) Michel Foucault, Les mots et les choses, Bibliothèque des sciences humaines, Les Editions Gallimard, París, 1983.
(3) Nicolas Bourriaud, Formes de vie: L´art moderne el l´invention de soi, Les Editions Denoël, París, 1999. Págs. 120 y 121.
(4) Gérard Monnier, La porte, instrument et symbole, Les Editions Alternatives, París, 2004. Pág. 11.
(5) Gaston Bachelard, La poétique de l´espace, Presse universitaire de France, París, 1994. Págs. 29 y 193.
(6) Gaston Bachelard, La terre et les rêveries du repos, Librairie José Corti, París, 1992. Págs. 7 y 8.
(7) Gaston  Bachelard, La terre et les rêveries du repos, ibid, pág. 8.
(8) Citado por Gaston  Bachelard, La terre et les rêveries du repos, ibid, pág. 27.
(9) Victor I. Stoichita, Breve historia de la sombra, Ediciones Siruela, Madrid, 1999. Pág. 24.
(10)  Victor I. Stoichita, op. Cit., pág. 113.
(11)  Michel Leiris, Miroir de la tauromachie, Fata Morgana, 1981. Pág. 25.
 



DIARIO CÓRDOBA

Jueves, 25 de octubre del 2007


ESPECTÁCULOS / CULTURA


ENTREVISTA


“El mundo cruje y grita, y el artista es un cronista de lo que sucede”


Jacinto Lara: ARTISTA

NACIMIENTO » FERNÁN NÚÑEZ (CÓRDOBA), 1953
TRAYECTORIA » SU PRIMERA EXPOSICIÓN COLECTIVA FUE EN 1975 EN CÓRDOBA. DESDE HOY, Y HASTA EL 24 DE NOVIEMBRE, ENSEÑA SUS OBRAS DE MANERA INDIVIDUAL EN LA GALERÍA ARTE 21 BAJO EL TÍTULO 'LA SOMBRA DEL COLOR'.
JULIA GARCÍA HIGUERAS
CÓRDOBA


-Arte 21 inaugura esta tarde su muestra, 'La sombra del color". ¿En qué consiste?
-De esta serie se exponen nueve pinturas acrílicas sobre lino y siete relieves de hierro calibrado y otros, de chapa de acero cortada por láser. La exposición La sombra del color muestra una serie, Puerta, con la idea de que cualquier cosa de la época en que vivimos tiene que estar acotada, cerrada, con un límite. Yo soy de Fernán Núñez, de la Campiña. La Campiña es como un mar interminable y cuando empezamos a ponerle puertas... Son recuerdos de la gente mayor que decía: "¡Bah, otra alambrada!". Es compartimentarlo todo y no somos capaces de comunicarnos ni con el vecino de enfrente.
-Para usted las vivencias de niño y los recuerdos de sus abuelos están muy presentes, ¿no?
-Michelle Hubert considera que todas las referencias que podamos tener son luego representaciones o expresiones de lo que queremos decir. Me considero un apatrida en el buen sentido, me interesa el mundo, aunque en cada espacio en el que me desarrollo durante un tiempo, y eso ha pasado con esta exposición, trato de magnificar algún recuerdo con el que yo podría convencerte de algo. Desde esa premisa trabajo.
-¿Y los relieves? ¿Siguen esa tónica?
-Sí, lo que pasa es cuando manejamos conceptos un poco abstractos es otra manera de jugar con eso porque son unos relieves que tienen muy poca separación de la pared y las sombras que proyectan son casi tan importantes como la propia obra. A nivel formal, son perspectivas, figuras imposibles.
-¿Cómo ve su evolución como artista desde que empezó en 1975?
-Ha evolucionado la representación, pero no el concepto. Yo hacía pintura de una opresión tremenda, era el miedo hacia todo lo que me rodeaba, ten en cuenta la época. Y muy figurativa, de alguna manera surrealista de Magritte. La idea es la misma; ha evolucionado el modo. Me interesa el arte actual y todas las técnicas, pero quiero seguir siendo un artista amanuense.
-¿A qué aspira esta exposi­ción?
-El artista que trabaja diariamente es para mostrar lo que hace y para que su discurso sea leído. Para mí hacer un cuadro no es nada si no hay una lectura activa, que diga cosas manejando mis conceptos plásticos. Mi deseo es que los próximos cuadros, en lugar de negros, puedan ser azules o amarillos porque esto haya dado un salto para algún lado porque en el mundo matemos menos, robemos menos. Tenemos una vida cómoda, pero el mundo está ahí todo el día y cruje y grita. El artista es un cronista de lo que sucede.
 



CUADERNOS DEL SUR / DIARIO CÓRDOBA


Jueves, 1 de noviembre del 2007


Arte


PINTURA


Negro sobre negro

Óscar Fernández


Aunque parezca lo contrario, la modernidad es silencio. Silencio del signo y silencio del intérprete. La modernidad es callada; su ferocidad obliga. El silencio de Buda, de Panikkar; el silencio de Hofrnannstahl en su famosa Carta de Lord Chandes; el silencio de la poesía en Theodor Adorno y Paul Celan, etcétera. Todos ellos nos revelan el drama profundo de nuestro tiempo: la imposibilidad del relato. O, lo que es lo mismo, el abismo existente entre la pu­ra vida y el discurso. El orden de las palabras que heredamos ya no sirve.
Lo cierto es que, pese a que he empleado el término drama para describirla, esta situación no es negativa. El drama adorniano, como la crueldad en Artaud, representan en mi opinión lo mismo que este silencio tan de nuestro momento: una posibilidad de respuesta más, casi la única. Porque lo trascendental de este paradigma es que el silencio también significa. Así lo defiende una y otra es Norbert Wiener, padre de la cibernética. Los ceros del sistema digital        -compuesto por la combinación de polos positivos y negativos; esto es, unos y ceros- portan la misma cantidad de información que los unos. Asombroso, el vacío posee el mismo valor comunicativo que lo lleno. El cero, decía ana greguería de Gómez de la Serna, es el huevo del que salen el resto de los números.
OCCIDENTE Y ORIENTE
En esta tesitura, como en otras tantas cosas, Occidente ha empezado a desenvolverse con comodidad cuando ha escuchado a Oriente. Y de esto es consciente, como pocos. Jacinto Lara. Por eso su búsqueda lleva tiempo oscilando entre ambos extremos del mundo y por eso sus silencios son cada vez más elocuentes. Lara es, si se me permite la frivolidad, una especie de maestro pagano formado en los saberes del otro. Por eso nada de esto resulta inédito o improcedente en su trabajo.
La lógica anticartesiana, basada en la negación del sistema de referencias euclideano dominante en el occidente moderno, aparece desde siempre en su obra. Pero no filtrada por intelectuales europeos mestizos, que se apropiaron de ella para engendrar fórmulas híbridas como la deconstrucción, sino recibida directamente de su fuente oriental. Esto explica que sus fantásticas esculturas de pared, en su compleja estructura, encierren una infinidad de posibles soluciones; tan validas todas, como ninguna. Y esto también nos ayuda a entender cómo sus pinturas-puertas viran cada vez más a una oscuridad que, contrariamente a la tradición occidental, no es muerte sino vida, no es incomunicación sino introspección.
Jacinto Lara sintoniza el gesto, la reflexión, la experiencia y la memoria en una pasta densa, cada vez más vibrante, y la lanza al extraño como una carga de profundidad. Su maestría para hacer cohabitar lo diferente condensa todos estos ingredientes en una sustancia espesa que, contemplada sin prisa, posee un poder de penetración en el espectador asombroso. La forma, tan problemática para otros artistas, es manejada por Lara a su antojo. Y la emplea como frontera que se abre, no a otras realidades -en el sentido de ventana al mundo albertiano- sino a otros lugares que, como decía Aristóteles, están más allá de la física.

'La sombra del color'.
Autor: Jacinto Lara.
Lugar: Galería Arte 21.
Fecha: hasta el 24 de  noviembre.
 

 





ZOCO / DIARIO CÓRDOBA


Domingo, 4 de noviembre del 2007


La exposición de la semana

LA ALARGADA SOMBRA

TEXTO: PABLO RABASCO
TÍTULO: LAS PUERTAS DE LA MEMORIA
AUTOR: JACINTO LARA
LUGAR: GALERÍA ARTE 21 (C/ MANUEL MARÍADEARJONA, 4)
FECHAS: DEL 25 OCTUBRE AL 24 NOVIEMBRE


Las sombras se alargan, y desde una geometría ya incomprensible se cristalizan en acero, seco y duro, que proyecta nuevas sombras con extrañas formas. Las sombras se retuercen, y se caen como abandonadas en la materia de unos cuadros más referenciales ahora. El punto clave de la exposición de Jacinto Lara se encontraría aquí, en las puertas de la memoria que permite el paso entre lo formal y lo potencial, el extraño lugar desde donde todo lo vemos. Así, nos vale aquí con entender que esas puertas serán siempre potenciadoras de pensamiento y lugar de paso.
La obra de este polifacético artista nacido en Fernán Núñez en 1953, que viene trabajando los últimos años con la Galería Arte 21, se presenta desde la sencillez, desde el objeto imaginado y desde las sugerencias que atrapa. Es necesario conocer la trayectoria de Lara para poder acomodar su obra, pero especialmente sus esculturas, las fuentes, los habitáculos, las jaulas, y la simplificación de estos conceptos en los haikus, en las puertas de la memoria.
En este camino se detiene la exposición, donde se van desplegando en diferentes materiales y por lo tanto desde distintas problemáticas la representación o creación de ese espacio mágico, desde donde el tiempo y la obra parten. Se trata de una serie de ejercicios que parten de una geometría siempre reinventada, que se vuelve ausente, sin puntos de referencia claros. Una geometría forzada desde una idea, un giro extraño que es el tema, el contexto elegido.
Las obras van surgiendo en virtud de los diferentes materiales, encontrándose con ellos en esas sombras proyectadas, siempre negras, siempre azules. Y van desde el acero al carbono, con unas calidades de matices siempre interesantes cuando como hace Jacinto Lara, se permite un recorrido del vacío sobre la materia, ausente del contexto geométrico, como en Haiku puerta cerca. La sombra del color, o Haiku puerta lejos. Otras veces permite que la silueta y la línea sostengan la forma definitiva, en un minimal conceptual, orgánico.
También trabaja con resinas en obras como Puerta Espejo, Puerta Oriente donde el color parte desde el negro, y parece que en representación de él. Entonces plantea la problemática desde los elementos más matizados, desde los ritmos internos que la propia obra describe.