Perfil de dos mundos sobre fondo de figuras

 
           

Ángel Luis Pérez Villen

 
Han pasado más de veinte años desde que Jacinto Lara hiciera su primera exposi­ción individual, precisamente en esta sala en la que ahora vuelve a mostrar su obra reciente, sin embargo y aunque la distancia entre aquellos primeros balbuceos y su pintura actual sea proporcional al tiempo transcurrido, persiste una similar exhibición impúdica de sus intereses vitales. En eso no ha cambiado, continua siendo una persona abierta que soporta con decoro y sin recelo las heridas y los desencuentros, una perso­na que se abre en canal en cada una de sus obras, mostrando lo aprendido apuntando la dirección en la que quiere seguir, descubriéndose en sus afectos y también en los recha­zos, sorprendiéndonos siempre con su particular visión de las cosas, de manera que resulta difícil deslindar su pintura de su vida. Sí para muchos artistas su trabajo cumple la función de brindarles el acceso al conocimiento de lo que les rodea y la obra funciona como la respuesta a esa interrogante que supone todo compromiso con la experiencia en el caso de Jacinto Lara es además una actividad terapéutica si por ésta entendemos la acción o el sistema regulador que equilibra lo que se le revela en su interior y los impulsos que recibe del exterior.
 
Todo esto no tendría nada de particular si no fuese porque además su pintura nos ayuda a aprender a aprender. Lo más importante no es lo que en ella se hace explícito -que sin duda lo será para él y para todos aquellos que comulguen con sus intereses- sino la capacidad para reconvertir las vivencias de cada día, mediante un acto que no deja de ser prosaico por amanuense, en una experiencia estética. Por esta razón que no pien­sen quienes se acerquen a su obra que en ella van a encontrar soluciones concretas, ni tampoco el placebo con el que narcotizar su existencia, porque su pintura es todo menos acomodaticia, puede resultar sugerente, atractiva, seductora, cautivadora, pero no bella sin más. La pintura de Jacinto Lara no se consume en sus valores plásticos en su supuesta belleza, no es una obra que se contente sólo con proyectar, con representar, sino que requiere del espectador una mínima complicidad para que entre a dialogar con ella, no busca tanto su aceptación implícita como un diligente compromiso en su recepción. Decía que su obra no ha cambiado, es cierto, pero no tanto, al menos desde finales de los ochenta y a partir de la serie Los Saltos, que es la que marca un antes y un después en su pintura actual. El propio nombre de la serie parece indicarnos que se trata de un momento crucial en su trayectoria, en el que se decide a abandonar definitivamen­te unos registros porque ya no le son útiles para sostener el nervio de la expresión y opta por soltar amarras, por saltar al vacio que supone toda creación que avanza en territorio virgen a la búsqueda de un lenguaje personal. Desde entonces y de manera sistemática, por más que antes también trabajara en torno a grupos de obras con un grado de cohesión que las hiciera participes del concepto de serie, se han sucedido las series Depredadores Icaro y Mitos y Fantasmas, que es la que presenta en esta exposición y con la que podemos comprobar que su lenguaje sigue avanzando en la misma línea abierta en Los Saltos, pero integrando nuevos elementos que lo enriquecen y contrastan.
 
Todo comienza por abrazar la geometría y rechazar la figuración -en ocasiones expresionista, otras surreal- que antes practicaba-, lo cual no quiere decir que su pintura redujese su caudal expresivo ni que lo sustituyese por ejercicios formales ortogonales. Sus cuadros siguen contando historias, elaboran una narración o se prestan a significar sobre aspectos que le acucian como persona, la diferencia está en que ahora este ingre­diente discursivo no condiciona, mediatiza ni ocluye otras tramas de significación que son estrictamente plásticas, es decir, que aunque no se presten a una traslación lingüística, sin embargo funcionan como un sistema de signos que posee su propio código idiomático, lingüístico o semiológico. Estas tramas se articulan mediante un restringido repertorio de formas geométricas que componen una amplísima gama de figuras -al menos así funcionan al ser leídas, al ser percibidas por el espectador- cuando su autor implementa sus valencias gestálticas, pero además está el color y sobre ambos -geome­tría y color- y en el origen la obra de Rothko. Por último el dibujo, que además de servir de soporte a la corriente discursiva de la figura, detenta otras responsabilidades que lo emparentan con la geometría y el color.
 
La serie Mitos y Fantasmas como su nombre índica trata de los pintores que han ejercido una influencia evidente en la trayectoria artística de Jacinto Lara, éstos serían los fantasmas, los antecedentes homenajeados desde una posición ya lejana al origen del influjo, los padres que se prestan a ser sacrificados para que el iniciado en la madurez artística pueda completar su propio ciclo. Al otro lado los mitos, las ilusiones y utopías, las proyecciones espirituales que apuntan a las culturas de Oriente y a Mesoamérica, dos focos de atención que de forma somera han ido apareciendo en su obra desde hace años pero que ahora son reconocidos públicamente como el sustrato argumental en que se fundamentan las historias de su pintura. La desaparición de la figura paterna en el entor­no familiar del artista -acaecida al inicio de la serie- precipitó de alguna manera su deci­sión de perpetrar el asesinato de caros autores para él, como Velázquez, Goya Miró, Monet, Sánchez Cotán, Escher y Equipo 57. Por otra parte los viajes a la India y al Nepal y los más recientes a Nicaragua, donde ha desarrollado una ingente labor artística y docente entre las jóvenes generaciones de artistas nativos, han sido los desencadenantes de la posterior reelaboración mitológica, abierta a la perspectiva occidental y posíbílista, plural en cuanto a la sedimentación de flujos y reflujos y ante todo tolerante con la diferencia, aun a sabiendas de que toda manifestación de la misma no deja de ser sino un destello parcial de la misma luz interior.
 
A través de los autores convocados en los Fantasmas y hecha la salvedad de que sea precisamente Mark Rothko quien no haya sido llamado a escena aunque esté de hecho muy presente, con toda probabilidad por el hecho de gozar aún de la suficiente ascendencia sobre su obra como para proceder en este momento a su homenaje-asesinato, Jacinto Lara reconstruye el itinerario de sus predilecciones artísticas anteriores y lo hace mediante el reconocimiento sincero de quienes le inocularon el interés por la pintura. De cada uno de ellos destaca lo más significativo para él, quizá no lo más impor­tante de su arte, pero si lo que contribuyó a que su pintura quedase adherida a sus intereses, detalles diversos que nos remiten a la maestría de Velázquez para componer y crear atmósferas en las que el aire está teñido de color, alabanzas diversas a la construc­ción casi escultural del motivo en Sánchez Cotán, exaltación del germen de todos los expresionismos en Goya, celebración de la elegancia sublime del dibujo y del color en Monet y Miró y además con respecto a este último destacar la necesidad de reinventar la realidad, vivida evocación de las geometrías imposibles de Escher y rememoranza de las posibilidades gestálticas de la teoría de la interactividad del espacio plástico de Equipo 57.
 
La alusión a estos Fantasmas se realiza mediante las figuras que los caracterizan, ya sean el enano y las lanzas en Velázquez, el bodegón de los cardos en Sánchez Cotán, el perro en Goya, los nenúfares en Monet, la cinta flotando junto al texto que remite a la obra homónima en Miró, las figuras imposibles en Escher y los planos dinamizados por la inflexión de sus contornos en Equipo 57. Pero estas figuras alusivas se incardinan en la trama de la pintura de Jacinto Lara de la misma manera que las huellas se imprimen en una superficie, dejando su inconfundible impronta pero sin alterar la estructura del espacio y es ésta la que configura, junto a las referencias citadas, la personalidad de cada obra. Así pasamos desde una composición de un marcado acento ortogonal, casi suprematísta por la austeridad de las formas y por el carácter esencial de su inscripción en el espacio del cuadro, a otras en las que se aprecia un barroquismo formal -siempre geométrico- que contrasta con la delicadeza de otras tantas en las que o bien el color asume el protagonismo absoluto por su ascendencia monocromática y por ocupar amplias zonas de la obra en detrimento de las figuras geométricas que se sumergen bajo su piel, o bien es el dibujo sin referencia figurativa alguna, con absoluta autonomía, el que marca la pauta a seguir.
 
De esta suerte se perfila un recorrido que se inicia con un innegable cuerpo discursivo, pero que a medida que avanza alígera el soporte argumental para centrarse en exclusiva en cuestiones de índole plástica, seleccionando en este periplo a los autores que van favore­ciendo esta renuncia semántica para ganar en autonomía significativa. Sin embargo Jacinto Lara no siempre prescinde de significar con su pintura, como bien queda de manifiesto en algunas de las obras que componen los Mitos. Así sucede con las que relatan el proceso de iniciación de un nativo (ya sea un indio apache o un esquimal), con todas las vicisitudes y pruebas que ha de sufrir, con todas las elecciones y renuncias hasta convertirse en chamán, con aquellas otras que reproducen petroglifos con danzantes rituales o que representan un quipú (una especie de templo mesoamericano descubierto en la isla de Ometepe), un águila o un toro como animales emblemáticos y sagrados o como representaciones de constelaciones de estrellas.
 
Los Mitos a diferencia de los Fantasmas conceden un mayor peso al dibujo que a la geometría, no en vano vieron la luz inmediatamente después de los últimos cuadros de esta serie en los que el trazo definía de manera indisoluble el referente significativo y el plástico. Además y en lo que se refiere a su sintaxis la díscursividad del dibujo adquiere en los Mitos un componente ancestral o primitivo, esquemático sin duda, simbólico y quizás propiciatorio, del que carecía antes por remitírse a una construcción cultural occidental y adquiriendo ahora, además de su connotación ilustrativa, un potencial narrativo que deno­ta su necesidad de comunicar. Una comunicación que se establece desde el principio pues el dibujo permanece inalterable a las sucesivas intervenciones pictóricas que lo van ro­deando, nace por tanto desde el fondo del cuadro y no se superpone a ninguna otra representación anterior, conserva de esta manera su carácter primordial que zozobra entre un mar encrespado en matices de color, desde los superficiales con los que se articula la primera impresión de la obra, a los sumergidos tras éstos pero que entre ellos consiguen hacer valer su timbre, lentamente.
 
Este último detalle, aunque presente en los cuadros de los Fantasmas, se acentúa en los Mitos, advirtiendo además una mayor actividad gestáltica en la composición geométrica. El que haya una menor presencia de formas ortogonales en los Mitos o que al menos su presencia se haya diluido, no es síntoma de una inferior dinamización de los planos de color que configuran la estructura de la obra. Al menos así parece desprenderse de la lectura activa de estas obras, en las que ya no se aprecia tanto el equilibrio y la concentra­ción de las masas como su dispersión extensión espacial y vulnerabilidad, lo que determina­ una mayor comunicación entre unas zonas y otras Desde Los Saltos la pintura de Jacinto Lara se ha hecho más limpia, ha purgado la ganga extraplástica y ha ganado en rotundidad, pero también en este proceso de depuración se han ido añadiendo elemen­tos que antes no estaban y que la han enriquecido significativamente, por esta razón su pintura actual es mucho más compleja y ambiciosa. En este sentido Mitos y Fantasmas representa la última entrega de Jacinto Lara, es el acto de reconocimiento público de su ascendencia artística y la proyección de sus intereses espirituales y es también la cons­tatación de que la pintura aún sigue siendo válida para estrechar la comunicación entre el artista y el público. Aceptemos la invitación con la seguridad de no sentirnos defrau­dados en el envite.
                      
 
 
 
 
           

Diario 16/ 33
            Martes 14 de octubre 1997
            Jacinto Lara exhibe en Córdoba sus ‘fantasmas’
            Una muestra refleja los mitos interiores del artista

 
Córdoba /D16.- La expo­sición del artista cordobés Jacinto Lara, titulada ‘Mitos y fantasmas’, que se inaugurará el próximo 16 de oc­tubre en la Diputación Pro­vincial de Córdoba, refleja los demonios del interior de los seres humanos.
 
La muestra, en la que se incluyen catorce lienzos, es un ejercicio de «autopsicoanálisis» sobre la crea­ción plástica, en el que Lara cultiva la geometría, las formas insinuadas, las texturas y el color para dar a conocer sus obsesiones y encontrar así la armonía con el mundo, según la in­formación facilitada Por la institución provincial.
 
‘Mitos y Fantasmas’ muestra una evolución creativa y personal y am­bas dimensiones se comunican explícitamente en la obra de Lara, que «se abre en canal». El desarrolló creativo del autor cordo­bés exige la muerte de los maestros a los que admira como Velázquez, Monet, Goya y Miró, por lo que exterioriza y recrea plásticamente este proceso, que emerge al consciente y se plasma en los lienzos en­globados bajó el epígrafe ‘Fantasmas’.
 
Por otra parte los viajes a la India y al Nepal y los mas recientes a Nicaragua, donde ha desarrollado una ingente labor artística y docente entre las jóvenes generaciones de artistas nativos, han sido los desen­cadenantes de la posterior reelaboración mitológica, abierta a la perspectiva oc­cidental y posibilista, plu­ral en cuanto a la sedimen­tación de flujos y reflujos y ante todo tolerante con la diferencia, aún a sabien­das de que toda manifesta­ción de la misma no deja a de ser sino un destello parcial de la misma luz interior.
 
A través de los autores convocados en los ‘Fantas­mas’ Jacinto Lara reconstruye el itinerario de sus predilecciones artísticas anteriores y lo hace me­diante el reconocimiento sincero de quienes le ino­cularon el interés por la pintura. De cada uno de ellos destaca lo más signifi­cativo para él, quizá no lo más importante de su arte, pero si lo que contribuyó a que su pintura quedase adherida a sus intereses.
                      
 
 
 
           

Cuadernos del sur / 31
            Diario Córdoba
            Jueves, 23 de octubre de 1997
 
           

Sobre mitos y fantasmas

           

Jacinto Lara muestra en el Palacio de la Merced sus últimas creaciones pictóricas

 

 

 

Amparo Molina

 
La ciudad debe despertar, el arte cordobés pasa por un buen momento. No nos dejemos deslumbrar por figuras míticas, cuyos nom­bres están orleados por un desgastado «ca­ché», y dejémoslas descansar con el mérito que les corresponde en la historia y en el tiempo. Seamos más críticos, más indepen­dientes en nuestro juicio y seguiremos avan­zando con un paso más seguro; y podremos valorar más certeramente lo que tenemos: artistas, buenos artistas, que a pesar de las dificultades que entraña su permanencia en la periferia, se forman, evolucionan y maduran, sabiendo conectar per­fectamente su trayectoria al continuo devenir de su época; informándose, cultivándose, transformándose con esfuerzo, sin traicionar por   ello las ideas y los principios que les son propios.
 
Jacinto Lara (Fernán Núñez 1953), puede ser un buen ejemplo de ello. Pese a los condicionamien­tos que impone un medio mayori­tariamente conservacionista, que no valora de igual modo lo tradi­cional que el continuo rompimiento que significan las «vanguardias», éste cordobés ha conseguido, con el único apoyo de su valía profe­sional y personal, un reconoci­miento incondicional en distintos   sectores del mundo del arte: El pro­ceso por el que Lara ha llegado a este punto de madurez en que hoy nos demuestra que ese encuentro ha sido lento, laborioso y conscien­te. Esta vez, no ha sido una meta­morfosis como cuando abandonó casi radicalmente la figuración, ya que su estilo permanece impecable pese a los cambios; se trata mejor de una evolución lógica, que no conoce la marcha atrás, en la que los elementos formales que mane­jaba van conectándose cada vez mejor con la idea original, hasta conseguir una sólida simbiosis, cuya transparencia no radica en su comprensión semántica, sino en su fuerza plástica, poseedora de igual forma de un carácter estético excepcional y unos estimables componentes emocionales y logís­ticos.
 
Etapa constructiva
En esta impresión fundamental estriba, en gran parte, el enorme atractivo de la muestra que Jacinto Lara expone en el Palacio de la Merced y que es fruto de sus más reciente etapa creadora; una etapa críticamente constructiva, serena­mente asimilada, en la que la reflexión y el equilibrio tienen tan­to poder como la fuerza expresiva.  Mitos y fantasmas no es un elogio de la locura, sino de la sensatez que representa el reconocimiento por parte de un artista y de un hombre de las profundas y recón­ditas raíces que motivan su inquie­tud y que conectan sus propios principios con otros de índole uni­versal, que igualan a los pueblos y a las culturas en su esencia, al mismo tiempo que distinguen a cada ser humano por sus ideas y creaciones.
 
Los «fantasmas» son las figuras de los personajes presentes en la vida del artista, las que le han arrancado mayor admiración; son «mitos» personales de existencia real que, sin embar­go, no son «limitados»; no representan una meta; constituyen sólo una referencia, un ejemplo de una casi lograda perfección. Sán­chez Cotán, Velázquez, Goya, Miró, Escher o el Equipo 57 no tienen nada en común, a no ser la independencia en el rumbo de su obra y la consecución de un sello de iden­tidad en la historia. Se abordan como patriarcas legendarios del arte cuyo legado no consiste en un simple manifiesto de nor­mas formales y éticas sino en logros plás­ticos reales que abrieron nuevos caminos que deben continuar siendo explorados y que no son patrimonio exclusivo de la concreción.
 
La abstracción no tiene que ser una no-figuración, ni un mero capricho expresivo que sólo se ciñe a un complicado entramado que únicamente el artista puede entender. Esto es otro «mito», producto del desco-nocimien­to. Lara nos demuestra que, si bien la com­plicación existe en las dificultades de la eje­cución, del aprendizaje, de la organización, la elección formal, la idea y la adecuación, en absoluto debe afectar a la limpieza narrativa y estética de la obra en sentido negativo, por el contrario, la auténtica abstracción se nutre de una clara intencionalidad y de conocimientos técnicos tan eficaces, que enmas­caran sin forzamiento su engranaje y dan como resultado una armonía visual, no suje­ta nunca a la interpretación monovalente que ofrecen los referentes inequívocos y concre­tos; deja volar la imaginación, con mínimas pistas, otorgando la única certeza absoluta de su calidad estética, capaz por sí misma de comunicar sensaciones.
 
Sin embargo, debemos tener en cuenta que no es éste un valor causal al alcance de cualquiera; la precisión, el concepto y la lucidez se. dan la mano con la intuición, la imaginación y el gusto­ La interrelación regular, ininterrumpida y armoniosa de estas,  facultades cognitivas y expresivas se constituyen en un caldo de cul­tivo en el que fácilmente arraiga la creación, pero lejos de ser un acto reflejo, son el escape orien­tado de un cúmulo de experiencias vitales.
 
La oposición desglosada de las acepciones de mito , como “fan­tasma», en el sentido de personaje real de presencia latente en un individuo, y a hechos apócrifos, de presencia específica en una colec­tividad, cobra un enorme valor metódico cuando es aplicada al desarrollo dialéctico que enfrenta y complementa al propio «yo» y los demás, de una manera conciliato­ria y diferenciadora al mismo tiempo, alzando al rango más ele­vado la conquista de una idiosin­crasia orgullosa, pero pacífica y tolerante.
 
No es gratuito señalar que el tra­tamiento formal se adecúa podero­samente a esta idea matriz, reco­giendo en ambos polos los rasgos igualatorios que detentan el estilo, y aportando én cada caso elemen­tos distintivos de identidad, que no pueden catalogarse como matices al ostentar una fuerte consistencia definitoria. Así, la figura nace siempre desde el fondo, no es pintada, ni grabada, ni pulida desde la materia y, pese a su esquema­tismo común, se resuelve con dis­tinto grado de sofisticación en la síntesis. El color, de una intensidad inquietante, equilibra su peso en su sabia combinación, concediendo con ello la identificación a cada obra, mientras que el protagonis­mo rotundo y cerebral de la geo­metría rectilínea en unos, se deja romper en otros por la carga emo­cional del circulo.
 
Esta vez, los antaño limpios y delimitados campos de color se dejan seducir por el contraste de las texturas y la discreta pero determinante alusión que propor­cionan las figuras, aunque la bicro­mía, tricromía y las figuras geo­métricas sigan ejerciendo su pre­ponderante papel axial y Rothko se asome parcial y prudentemente a las “ventanas”.
Una compleja propuesta que encuentra, pese a todo, su razón práctica de ser en una simplicidad manifiesta que oculta con celo las dificultades de su elaboración, para mostrarse tan espontánea como la idea inicial: emotiva y critica; des­contaminada y valiente.
 
 
 
           

Diario de Jerez/ 19
            Viernes, 24 de octubre de 1997

           

Mitos y fantasmas

 

Palacio de la Merced. Córdoba

 

Bernardo Palomo

 
La Diputación de Córdoba, en su programa de Artes Plásticas, ha organizado una interesante exposición del pintor Jacinto Lara, cordobés de Fernan-Nuñez, que está en posesión de un poderoso lenguaje plástico lleno de marcada intencionalidad.
 
Dos momentos reseña­bIes se observan en la pintura de este artista. Por un lado el desarrollo plástico, la materialidad pictórica el soporte for­mal sobre el que se extiende un episodio significativo de muy afortunada posición. Por otro el aporte semántico, los valores de una íntima dialéctica hacia dentro que, en Lara,  se hace  imprescindible.
 
Los Mitos y Fantasmas como el autor titula la exposición son referentes a situa­ciones mediatas al autor. En primer lugar, aquellos grandes nombres del arte que tuvieron alguna influencia en su realidad artística, Goya y su Perro, Sánchez Cotán y sus Naturalezas muertas a base de cardos y ventana, Monet y sus nenúfares, las Lanzas de Velazquez, incluso, las inflexiones cromáticas del Equipo 57. Son apoyos estructurales que sirven para realizar un profundo análisis de la gran pintura de todos los tiempos, hacer participe de sus gustos pictóricos, cuestionar su realidad y tomar un partido lejano. Y es que Lara mantiene viva la llama de la inquietud, ejerce de maestro de ceremonias de un rito que no es iniciático porque parte de una situación establecida por aquellos a los que acude pero que infunde un especial hálito de energía primaria. Al mismo tiem­po se enfrenta con circunstancias relacionadas con la cultura escenas extraídas de un entorno cercano que él convierte en realidad plástica a través de un complejo de intenciones encaminadas a potenciar la esencia germinal de las cosas.
 
Y todo mediante la utilización de un sistema pictórico donde las estructuras  cromáticas emergen impetuosas, desde una posición claramente plasticista de austeros esquemas compositivos.
La obra de Jacinto Lara sirve para enfrentarnos directamente con un pintor serio, maduro y lleno de sabias intenciones artísticas. Algo de lo que en el arte actual no siempre es fácil encontrar.
 
 
 
 
 
           

EL PUNTO DE LAS ARTES

           

31 de octubre al 6 de noviembre de 1997/23
 
            Espacios para la pintura, obra de Jacinto Lara

 
           

Amalia García Rubí

 
La sala de exposiciones de la Diputación de Córdoba ofrece hasta el 2 de noviembre una amplia muestra de pintura del artista Jacinto Lara, nacido en el pueblo cor­dobés de Fernán Núñez en 1953. La exposición reúne bue­na parte de los trabajos actuales de un pintor que despunta ya en su comunidad como una de las figuras más representativas de las últimas tendencias. Su plás­tica gira en torno al mundo del color; con claras connotaciones espacialistas geométricas sobre el cuadro. Este es, ante todo, espacio bidimensional, superfi­cie acotada donde se organizan distintas zonas de color bien delimitadas. La abstracción de Jacinto Lara nace de ese estudio introspectivo de la materia so­bre cuya base estrictamente cro­mática surgen leves formas or­gánicas e inscripciones que homenajean a maestros clásicos como ocurre con el cuadro titu­lado por el artista «Cotán», sobre cuyo fondo muy elabora­do a base de capas de pigmento, se siluetean unos cardos y unas zanahorias en clara alusión al famoso bodegón pintado por Sánchez Cotán.
 
Bajo el título «Mitos y Fan­tasmas», esta exposición de La­ra es una aportación llena de misterio y devoción a la pintu­ra actual pero también un re­cuerdo al virtuosismo de los más grandes de nuestra histo­ria.
 
Jacinto Lara saltó a la escena artística en plenos años setenta. Desde entonces no ha cesado de exponer su obra en salas anda­luzas, así como en Madrid ( par­ticipa en «Panorama 78»), París, Barcelona, Dinarmaca  , Japón,  etc. Presente en Fe­rias de arte y otros aconteci­mientos artísticos, Lara destaca además por su labor en el cam­po de las artes gráficas, habien­do elaborado un buen número de carpetas de grabado en diver­sas técnicas como la xilografía o el aguafuerte. Está represen­tado en numerosos museos y colecciones españolas.
 
 

           

PINTAR EL MUSEO, JACINTO LARA

           

Museo de Bellas Artes Córdoba
            Diciembre 1994 Enero 1995

 
           
           

Angel Luís Perez Villen

 
Lo que Jacinto Lara nos propone con su particular Museo es que reflexionemos sobre cómo puede desnaturalizarse la realidad, cómo se llega a subvenir la referencia en beneficio de su representación simbólica, cómo el culto a la obra de arte actúa en detrimento de la consideración de las manifestaciones artísticas como producto de la humanidad y por tanto contemporáneo a sus inquietudes, fantasmas y espejismos. Su Museo es una cruz invertida, compuesta con sus características for­mas geométricas -cuadrados y rectángulos monocromáticos- inscritos y superpuestos al plano de fondo.
 
Si sólo fuese esto, la obra podría pasar por ser una de las que formaron serie con Los Saltadores, pero la pieza de la exposición contiene cuatro inscripciones textuales, concretamente la palabra museo, en caracteres cúficos, runas celtas, griego y castellano actual. Esta superposición parece remitir al paso del tiempo, a las diferentes culturas que suelen sucederse en los museos, a la valoración taxonómica de lo que debe considerarse artístico y/o museable; pero la sucesión es descendente -como ocurre con series anteriores suyas como Icaro- en vez de seguir la acumulación ascendente y progresiva -del pasado a la actualidad- como sucede en los estratos arqueológicos.
 
Por otra parte la evolución textual se inicia con una escritura abstractizada y pictogramática que enlaza -descendiendo y después de atravesar el clasicismo de griegos y romanos que propicia los caracteres fácticos,imperiales, omnimodos- con el esquematismo y la representación simbólica de la actualidad que casi hace ilegible el texto. No se trata sólo do la circularidad del tiempo, sino también do la inercia de las diferentes culturas a completar ese ciclo natural partiendo del rechazo implícito a la que le precedió.
 
Por esto motivo, posiblemente, se adhiera a un extremo del cuadro una pequeña estantería, donde a modo de exvotos, Jacinto Lara propone su particular visión del museo, entendido como la máxima categoría funcional en la representación simbólica o de la abstracción de la realidad. Estas formas figurativas primigenias representadas en la diminuta estantería que ocupa el espacio destina­do a los títulos de los cuadros y referidas a las diosas de la fertilidad de nuestras ancestrales comuni­dades occidentales encuentran reflejo en las geométricas -circulo, cuadrado, rectángulo- que son las que en algunas comunidades de la altiplanicie mesoamericana se utilizan para expresar la naturale­za que les rodea, una naturaleza en contacto con el numero como expresión gráfica del conocimiento.
 
Una pintura, la de Lara, que se abre camino de la mano de la intuición, un arma infalible para un artista que en este sentido se decanta por lo primitivo, pero que busca en la inmediatez y la atemporalidad de la geometría el contrapunto de la instintiva tendencia a la representación de la reali­dad, aunque sólo sea mediante sus configuraciones simbólicas.
 
 
 

geometrías en suspensión

 

Palacio de la Merced
Diputación de Córdoba
9/31 de enero 1997

 

Angel Luís Perez Villen

 
La pintura de Jacinto Lara se enuncia a través de series que jalonan su trayecto­ria, tensando el discurso plástico mediante bloques de proposiciones que caracterizan lo singular de cada una de ellas. Aún cuando unas series remitan a otras y sea posible lograr la comunicación entre las mismas, las obras que forman parte de una serie­ constituyen por separado un sistema autónomo de signos que adquiere significación plena cuando se contrasta con el resto de las voces que integran la serie. Esta forma de trabajar -procesual y serializada- ha estado siempre presente de alguna manera en su pintura, bien articulando ciclos de obras en torno a intereses y temáticas comunes, bien sopesando la posibilidad de destilar un lenguaje personal a merced del ejercicio y la experiencia de nuevos códigos expresivos, pero es desde finales de los años 80 cuando la serie se erige en el procedimiento exclusivo por el que se modula su oficio artístico. Así han surgido, una tras otra, las series de «Los Saltos», «El Ring», «Depredadores», «Icaro», «Vertidos» y la más reciente «Mitos y Fantasmas».
 
La inflexión que señala la diferencia con respecto a etapas pretéritas se sitúa en la serie «Los Saltos», con ella Lara busca la reconciliación con la pintura, se distancia de momento de las prácticas interdisciplinares y profundiza en la mediación de la figura con la geometría. Aquélla ha sufrido un proceso exhaustivo de abstracción y consigue refu­giarse en su mínima expresión, una huella lineal que nos remite a las lindes de su territo­rio. La geometría, gracias a la lectura que se produce de la obra de Rothko, es la encar­gada de componer la escena, superponiéndose el dibujo a la pintura y la línea al plano, desapareciendo la forma, que es sustituida por la vibración del colorido, que emerge desde los planos de fondo. Este planteamiento vuelve a presidir el resto de las series, aportando cada una de ellas el argumento que las define y que determina su resolución plástica. «Depredadores» plantea la oclusión de parte de la representación e incorpora una secuencia discursiva que permite un desarrollo serial en circulo que marca la pauta modular de la estructura ausente en cada obra. Con «Icaro» se vuelve al díptico, que es suceptible de ser intercambiable y se incorpora el texto que nombra la serie como trama de la pintura.
 
«Mitos y Fantasmas», sin estar concluida, se prefigura como una de las series más abiertas de su producción y que de hecho está posibilitando la aparición de disgresiones y desplazamientos hacia nuevas series. Concebida como una declaración de sus intere­ses artísticos y como terapia que facilita la expresión de sus amores confesados, pero también diagrama de todo aquello que obstaculiza el libre fluir de la creación, la serie funciona como un alegato coral a la pintura. Entre otros aparecen citados Velázquez, Monet, Miró, Escher y Sánchez Cotán, de quien mostramos la obra que lo nombra -textual y plásticamente - mediante la grafía de su segundo apellido y la representación de un cardo y unas zanahorias, que reposan sobre una macla de espacios superpuestos en la que se inscribe el perfil de la figura, que no surge de la intervención dibujística, como era de esperar, sino de la emergencia de la pintura, que se deja entrever por los resquicios de los planos monocromáticos. Con «Mitos y Fantasmas» Lara nos advierte que sólo desde la distancia crítica y el análisis es rentable construir una mirada cómplice.